lunes, 30 de agosto de 2010

Rosa y Margarita

Ellas tenían nombres de flores: Rosa y Margarita. Eran mis abuelas. De ellas tengo historias que me contaron mis padres.
No tuve la suerte de conocerlas. Las fotos y sus relatos hicieron que me las imaginara.
Divertidas, de carácter fuerte y osadas, desafiaron los prejuicios de barrio y de la época en la que les tocó vivir.
A mi abuela Margarita le encantaba bailar, reírse a carcajadas y lucir vestidos escotados. Bailaba bien el vals y jugaba en Carnaval como una adolescente.
A mi abuela Rosa le tocó en suerte tener que criar a mi padre sola porque mi abuelo murió muy joven. Salió adelante a puro pulmón. Era trabajadora y audaz en lo que emprendía.
Le gustaba mucho cantar aunque cambiara el ritmo de un tango por un bolero. A ella le debo la frase: “quien canta, su mal espanta”.
Ellas me precedieron en el camino y no pasaron en vano por esta vida. Vivieron. Se equivocaron. Vivieron.
Y eso es lo que cuenta.

viernes, 6 de agosto de 2010

Hiroshima mon amour


"Et puis, un jour, mon amour, tu sors de l'éternité" Marguerite Duras



Cuando un gran amor había terminado en la vida de Paula. Llegó él:
un diplomático japonés muy culto y sensible, de una amabilidad conmovedora y delicada hasta en los mínimos detalles.
Cuando ella llegaba a la embajada para darle clases de francés, él la hacía sentir una reina. Una vez hechos los controles correspondientes a la diplomacia, él bajaba la escalera presuroso para recibirla con su sonrisa luminosa. Ella subía lentamente la escalera hasta su oficina y sentía que su presencia la cuidaba. En su espacio reinaba la tranquilidad, el tiempo parecía detenerse. La belleza de los cuadros y la simple estética oriental la hacían sentirse en paz.
Un día, después del regreso de un viaje a Japón, le regaló un pequeño vaso de vino decorado con delicadísimas flores y pájaros. El vaso era de Hiroshima, su ciudad natal. Paula estaba tan emocionada por el regalo que olvidó viejas tristezas del alma.
Pero él se tuvo que ir lejos. Otro destino lo esperaba.
Ahora Paula sueña despierta: “quizás, algún día él lea este relato y vuelva a Buenos Aires para regalarme una nueva grulla de papel para desearme larga vida”.

miércoles, 21 de julio de 2010

Alunizaje

EL DÍA QUE MI ABUELO BAJÓ LA ESCALERA



Paulita vivía en un conventillo del barrio de la Boca. Su casa era de material como todas las que estaban en la planta baja, apenas separada por un largo pasillo y una escalera de madera de la casa de su abuelo, también de madera.
Sus padres tenían un televisor en blanco y negro y su abuelo Antonio sólo una vieja radio que andaba a los golpes. Pero él tenía muchas cosas más. Sabía disfrutar de un buen plato de pastas y un vaso de vino. Le gustaba preparar las ensaladas combinando los colores, silbar y cantar a la mañana temprano, ponerse su perfume favorito y su pañuelo de seda. Le apasionaba el fútbol y su equipo era Boca, el de la mitad más uno.
Cuando se acercaban las fiestas de fin de año, ya compraba pan dulce, turrones, garrapiñadas, pasas de uva, nueces y sidra. Decoraba su simple y cálida casa con guirnaldas y el arbolito y los regalos nunca faltaban aunque él era solamente un capataz de puerto ya jubilado pero era rico, muy rico. Sabía disfrutar de la vida.
Era un hombre de pocas palabras, noble, generoso y sencillo. Paula recuerda su gran mano cálida y segura acompañándola de regreso a su casa a la salida de la escuela. El fue su primer narrador. Sus relatos muchas veces inverosímiles, para ella eran verdaderos.
Una tarde bajó lentamente, con sus enormes zapatos la escalera de madera de su casa. Fue a la de sus padres. Miró con desconfianza el televisor que ya estaba encendido. La imagen que vio no se parecía en absoluto a la luna que él había mirado con su Margarita. El suelo lunar era opaco y un hombre descendía una escalera de una nave y clavaba sobre esa superficie áspera una bandera norteamericana. Fue el 20 de julio de 1969, el día en que un hombre pisó por primera vez la Luna y mientras el astronauta Neil Armstrong la recorría, Paulita miraba la tele pero sobre todo miraba y admiraba a su abuelo que le parecía tan pero tan grande.

domingo, 4 de julio de 2010

Hoy y ahora

Esta mañana en que pienso y siento a cada uno de mis seres queridos algunos cerca físicamente del abrazo, otros en países lejanos pero entrañablemente queribles y cerquita de mi alma.
Pienso en ellos y me pregunto si ellos me piensan.
Siento las miradas y las voces de mis seres queridos, algunos de mi misma nacionalidad pero otros que hablan lenguas distintas, tienen diferentes costumbres y creencias. Pero lo que nos une es nuestra humanidad imperfecta, bella, incierta y querible, llena de dudas y pocas certezas.
Nuestra humanidad de cuerpo y alma nos une con hilos invisibles que traspasan fronteras, nos enriquecen el espíritu y nos liberan de fantasmas.
Sí, nos liberan del pasado y del mañana que aún no llegó. Nos hacen vivir hoy, aquí y ahora.
Esto es lo que tengo. Esto es lo que puedo y quiero dar: yo estoy acá, hoy y ahora.

viernes, 4 de junio de 2010

El viento en la cara

No sabía que sus caídas y errores con el tiempo podían depararle un inesperado goce de las pequeñas cosas.
El silencio de la casa y de la ciudad en la mañana bien temprano eran su momento a solas con la escritura. Después venía la ceremonia de prepararse el desayuno y disfrutarlo como si fuera el primero o el último.
Los paseos el domingo a la mañana por la ciudad desierta más bella que nunca, con sus árboles, sus ancianos y otros solitarios habitantes de Buenos Aires la acompañaban en su silencio.
Un desayuno en un café elegido al azar por donde la hubieran llevado sus pasos eran para Paula sus momentos de intimidad, de paz consigo misma.
Caminar le permitía ordenar su cabeza, en comunión con la naturaleza y la ciudad que la hacían gozar del sol y del cielo como una bendición.
Sí, era una bendición estar viva y vivir cada momento a pleno. Cada momento irrepetible y único con la pequeña y enorme alegría de sentir el viento en su cara, el ruido de sus pasos y la belleza de un día más, un regalo, un gran regalo que ella se hacía cada día a sí misma.

sábado, 22 de mayo de 2010

"Nadie es la patria, pero todos lo somos" oda de Jorge Luis Borges

Gracias a mi amiga Viviana por enviarme este bello poema que ya conocía pero que merece ser compartido y ojalá escuchado por aquellos que tienen la responsabilidad de dirigir el destino de nuestro país.

Nadie es la patria. Ni siquiera el jinete
que, alto en el alba de una plaza desierta,
rige un corcel de bronce por el tiempo,
ni los otros que miran desde el mármol,
ni los que prodigaron su bélica ceniza
por los campos de América
o dejaron un verso o una hazaña
o la memoria de una vida cabal
en el justo ejercicio de los días.
Nadie es la patria. Ni siquiera los símbolos.

Nadie es la patria. Ni siquiera el tiempo
cargado de batallas, de espadas y de éxodos
y de la lenta población de regiones
que lindan con la aurora y el ocaso,
y de rostros que van envejeciendo
en los espejos que se empañan
y de sufridas agonías anónimas
que duran hasta el alba
y de la telaraña de la lluvia
sobre negros jardines.

La patria, amigos, es un acto perpetuo
como el perpetuo mundo. (Si el Eterno
Espectador dejara de soñarnos
un solo instante, nos fulminaría,
blanco y brusco relámpago, Su olvido.)
Nadie es la patria, pero todos debemos
ser dignos del antiguo juramento
que prestaron aquellos caballeros
de ser lo que ignoraban, argentinos,
de ser lo que serían por el hecho
de haber jurado en esa vieja casa.
Somos el porvenir de esos varones,
la justificación de aquellos muertos;
nuestro deber es la gloriosa carga
que a nuestra sombra legan esas sombras
que debemos salvar.

Nadie es la patria, pero todos lo somos.
Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante,
ese límpido fuego misterioso.






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