viernes, 4 de junio de 2010

El viento en la cara

No sabía que sus caídas y errores con el tiempo podían depararle un inesperado goce de las pequeñas cosas.
El silencio de la casa y de la ciudad en la mañana bien temprano eran su momento a solas con la escritura. Después venía la ceremonia de prepararse el desayuno y disfrutarlo como si fuera el primero o el último.
Los paseos el domingo a la mañana por la ciudad desierta más bella que nunca, con sus árboles, sus ancianos y otros solitarios habitantes de Buenos Aires la acompañaban en su silencio.
Un desayuno en un café elegido al azar por donde la hubieran llevado sus pasos eran para Paula sus momentos de intimidad, de paz consigo misma.
Caminar le permitía ordenar su cabeza, en comunión con la naturaleza y la ciudad que la hacían gozar del sol y del cielo como una bendición.
Sí, era una bendición estar viva y vivir cada momento a pleno. Cada momento irrepetible y único con la pequeña y enorme alegría de sentir el viento en su cara, el ruido de sus pasos y la belleza de un día más, un regalo, un gran regalo que ella se hacía cada día a sí misma.
 
Licencia de Creative Commons
Esta obra está licenciada bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 2.5 Argentina .