miércoles, 17 de agosto de 2011

Antonio y Margarita


“La Luna ya no es de los poetas, ahora es de los astronautas”, dijo Antonio en voz alta aquel 20 de julio de 1969 en que el hombre pisó por primera vez la luna. Y sí, era la misma luna de la noche en que se enamoró perdidamente de Margarita, de su pelo negro larguísimo, de sus escotes generosos y de sus ojos de hembra en celo. Era la misma luna llena que los acompañó la noche en que se casaron y la miraron juntos como si la vieran por primera vez. Esa luna que los acompañó en las frescas noches de verano paseando, besándose y haciendo el amor a toda hora.
“Y la luna chapaleando sobre el fango y a lo lejos la voz de un bandoneón” canturrea Margarita mientras prepara un guiso y lo condimenta, esperándolo transpirada y encendida como siempre.
El también llega transpirado de su trabajo en el puerto. Huele a hombre, a sudor de trabajo de sol a sol, la camiseta empapada y el alma de fiesta porque sabe que tiene casi todo: la tiene a ella, Margarita; tiene su trabajo duro pero sabe que él lleva el pan a la casa; tiene el respeto de los hombres a los que dirige; tiene la alegría de vivir que no es poco.
Llueva o salga el sol, ella lo espera con su batón simple ceñido al cuerpo que ajusta su cadera amplia y voluptuosa como sus ganas de abrazarlo mientras toman el vino y saben, aunque no lo digan, que la vida es una fiesta y brindan por ése y tantos otros días.
 
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