miércoles, 21 de julio de 2010

Alunizaje

EL DÍA QUE MI ABUELO BAJÓ LA ESCALERA



Paulita vivía en un conventillo del barrio de la Boca. Su casa era de material como todas las que estaban en la planta baja, apenas separada por un largo pasillo y una escalera de madera de la casa de su abuelo, también de madera.
Sus padres tenían un televisor en blanco y negro y su abuelo Antonio sólo una vieja radio que andaba a los golpes. Pero él tenía muchas cosas más. Sabía disfrutar de un buen plato de pastas y un vaso de vino. Le gustaba preparar las ensaladas combinando los colores, silbar y cantar a la mañana temprano, ponerse su perfume favorito y su pañuelo de seda. Le apasionaba el fútbol y su equipo era Boca, el de la mitad más uno.
Cuando se acercaban las fiestas de fin de año, ya compraba pan dulce, turrones, garrapiñadas, pasas de uva, nueces y sidra. Decoraba su simple y cálida casa con guirnaldas y el arbolito y los regalos nunca faltaban aunque él era solamente un capataz de puerto ya jubilado pero era rico, muy rico. Sabía disfrutar de la vida.
Era un hombre de pocas palabras, noble, generoso y sencillo. Paula recuerda su gran mano cálida y segura acompañándola de regreso a su casa a la salida de la escuela. El fue su primer narrador. Sus relatos muchas veces inverosímiles, para ella eran verdaderos.
Una tarde bajó lentamente, con sus enormes zapatos la escalera de madera de su casa. Fue a la de sus padres. Miró con desconfianza el televisor que ya estaba encendido. La imagen que vio no se parecía en absoluto a la luna que él había mirado con su Margarita. El suelo lunar era opaco y un hombre descendía una escalera de una nave y clavaba sobre esa superficie áspera una bandera norteamericana. Fue el 20 de julio de 1969, el día en que un hombre pisó por primera vez la Luna y mientras el astronauta Neil Armstrong la recorría, Paulita miraba la tele pero sobre todo miraba y admiraba a su abuelo que le parecía tan pero tan grande.

domingo, 4 de julio de 2010

Hoy y ahora

Esta mañana en que pienso y siento a cada uno de mis seres queridos algunos cerca físicamente del abrazo, otros en países lejanos pero entrañablemente queribles y cerquita de mi alma.
Pienso en ellos y me pregunto si ellos me piensan.
Siento las miradas y las voces de mis seres queridos, algunos de mi misma nacionalidad pero otros que hablan lenguas distintas, tienen diferentes costumbres y creencias. Pero lo que nos une es nuestra humanidad imperfecta, bella, incierta y querible, llena de dudas y pocas certezas.
Nuestra humanidad de cuerpo y alma nos une con hilos invisibles que traspasan fronteras, nos enriquecen el espíritu y nos liberan de fantasmas.
Sí, nos liberan del pasado y del mañana que aún no llegó. Nos hacen vivir hoy, aquí y ahora.
Esto es lo que tengo. Esto es lo que puedo y quiero dar: yo estoy acá, hoy y ahora.
 
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