Después de unos cuantos años vividos, tengo una teoría: el mundo se divide en dos tipos de personas:
Los que irremediablemente complican la vida y los que la simplifican y embellecen.
A éstos últimos les quedo profundamente agradecida.
lunes, 25 de octubre de 2010
lunes, 4 de octubre de 2010
Ni loca ni pobre
“A ésa le faltan varios jugadores” dicen en el barrio cuando ella pasa vestida de fiesta en pleno día.
Pero a Paula le gusta vestirse así. “Los gustos me los doy en vida.
¡Pobre gente que no tiene nada mejor que hacer en la vida que criticar al otro!”
Desde chica se sintió distinta, un poco fuera de lugar en este mundo.
A veces le faltaron palabras para decir el silencio que tenía adentro.
En los libros encontró palabras e historias de otros que también se sintieron fuera de lugar, a contramano de lo que debe ser.
A veces siento pena por Paulita pero pude rescatarla con su sonrisa de diente roto, sus dedos con chocolate, sus bailes y sus sueños de panaderos voladores. Paulita era una soñadora y Paula es una soñadora incurable que cada día se levanta para ser quien es ella genuinamente.
Quiere vivir como le place y no quiere ser ni la loca ni la pobre de la familia porque ella decidió no ocupar nunca más ese lugar.
Pero a Paula le gusta vestirse así. “Los gustos me los doy en vida.
¡Pobre gente que no tiene nada mejor que hacer en la vida que criticar al otro!”
Desde chica se sintió distinta, un poco fuera de lugar en este mundo.
A veces le faltaron palabras para decir el silencio que tenía adentro.
En los libros encontró palabras e historias de otros que también se sintieron fuera de lugar, a contramano de lo que debe ser.
A veces siento pena por Paulita pero pude rescatarla con su sonrisa de diente roto, sus dedos con chocolate, sus bailes y sus sueños de panaderos voladores. Paulita era una soñadora y Paula es una soñadora incurable que cada día se levanta para ser quien es ella genuinamente.
Quiere vivir como le place y no quiere ser ni la loca ni la pobre de la familia porque ella decidió no ocupar nunca más ese lugar.
domingo, 19 de septiembre de 2010
miércoles, 15 de septiembre de 2010
El árbol
Cada mañana cuando me levanto y veo el día me digo a mí misma: "que el árbol no te impida ver el bosque”. Porque estar viva, respirar, amar es una alegría que no quiero perder.
No quiero que las anécdotas cotidianas empañen los cristales de mi vida. A veces no puedo y caigo en lo banal.
Afortunadamente otras veces veo lo que tengo y recuerdo que a pesar de las heridas estoy VIVA y tengo ganas de celebrarlo y gritarlo a los cuatro vientos.
No quiero que las anécdotas cotidianas empañen los cristales de mi vida. A veces no puedo y caigo en lo banal.
Afortunadamente otras veces veo lo que tengo y recuerdo que a pesar de las heridas estoy VIVA y tengo ganas de celebrarlo y gritarlo a los cuatro vientos.
lunes, 30 de agosto de 2010
Rosa y Margarita
Ellas tenían nombres de flores: Rosa y Margarita. Eran mis abuelas. De ellas tengo historias que me contaron mis padres.
No tuve la suerte de conocerlas. Las fotos y sus relatos hicieron que me las imaginara.
Divertidas, de carácter fuerte y osadas, desafiaron los prejuicios de barrio y de la época en la que les tocó vivir.
A mi abuela Margarita le encantaba bailar, reírse a carcajadas y lucir vestidos escotados. Bailaba bien el vals y jugaba en Carnaval como una adolescente.
A mi abuela Rosa le tocó en suerte tener que criar a mi padre sola porque mi abuelo murió muy joven. Salió adelante a puro pulmón. Era trabajadora y audaz en lo que emprendía.
Le gustaba mucho cantar aunque cambiara el ritmo de un tango por un bolero. A ella le debo la frase: “quien canta, su mal espanta”.
Ellas me precedieron en el camino y no pasaron en vano por esta vida. Vivieron. Se equivocaron. Vivieron.
Y eso es lo que cuenta.
No tuve la suerte de conocerlas. Las fotos y sus relatos hicieron que me las imaginara.
Divertidas, de carácter fuerte y osadas, desafiaron los prejuicios de barrio y de la época en la que les tocó vivir.
A mi abuela Margarita le encantaba bailar, reírse a carcajadas y lucir vestidos escotados. Bailaba bien el vals y jugaba en Carnaval como una adolescente.
A mi abuela Rosa le tocó en suerte tener que criar a mi padre sola porque mi abuelo murió muy joven. Salió adelante a puro pulmón. Era trabajadora y audaz en lo que emprendía.
Le gustaba mucho cantar aunque cambiara el ritmo de un tango por un bolero. A ella le debo la frase: “quien canta, su mal espanta”.
Ellas me precedieron en el camino y no pasaron en vano por esta vida. Vivieron. Se equivocaron. Vivieron.
Y eso es lo que cuenta.
viernes, 6 de agosto de 2010
Hiroshima mon amour

"Et puis, un jour, mon amour, tu sors de l'éternité" Marguerite Duras
Cuando un gran amor había terminado en la vida de Paula. Llegó él:
un diplomático japonés muy culto y sensible, de una amabilidad conmovedora y delicada hasta en los mínimos detalles.
Cuando ella llegaba a la embajada para darle clases de francés, él la hacía sentir una reina. Una vez hechos los controles correspondientes a la diplomacia, él bajaba la escalera presuroso para recibirla con su sonrisa luminosa. Ella subía lentamente la escalera hasta su oficina y sentía que su presencia la cuidaba. En su espacio reinaba la tranquilidad, el tiempo parecía detenerse. La belleza de los cuadros y la simple estética oriental la hacían sentirse en paz.
Un día, después del regreso de un viaje a Japón, le regaló un pequeño vaso de vino decorado con delicadísimas flores y pájaros. El vaso era de Hiroshima, su ciudad natal. Paula estaba tan emocionada por el regalo que olvidó viejas tristezas del alma.
Pero él se tuvo que ir lejos. Otro destino lo esperaba.
Ahora Paula sueña despierta: “quizás, algún día él lea este relato y vuelva a Buenos Aires para regalarme una nueva grulla de papel para desearme larga vida”.
miércoles, 21 de julio de 2010
Alunizaje
EL DÍA QUE MI ABUELO BAJÓ LA ESCALERA
Paulita vivía en un conventillo del barrio de la Boca. Su casa era de material como todas las que estaban en la planta baja, apenas separada por un largo pasillo y una escalera de madera de la casa de su abuelo, también de madera.
Sus padres tenían un televisor en blanco y negro y su abuelo Antonio sólo una vieja radio que andaba a los golpes. Pero él tenía muchas cosas más. Sabía disfrutar de un buen plato de pastas y un vaso de vino. Le gustaba preparar las ensaladas combinando los colores, silbar y cantar a la mañana temprano, ponerse su perfume favorito y su pañuelo de seda. Le apasionaba el fútbol y su equipo era Boca, el de la mitad más uno.
Cuando se acercaban las fiestas de fin de año, ya compraba pan dulce, turrones, garrapiñadas, pasas de uva, nueces y sidra. Decoraba su simple y cálida casa con guirnaldas y el arbolito y los regalos nunca faltaban aunque él era solamente un capataz de puerto ya jubilado pero era rico, muy rico. Sabía disfrutar de la vida.
Era un hombre de pocas palabras, noble, generoso y sencillo. Paula recuerda su gran mano cálida y segura acompañándola de regreso a su casa a la salida de la escuela. El fue su primer narrador. Sus relatos muchas veces inverosímiles, para ella eran verdaderos.
Una tarde bajó lentamente, con sus enormes zapatos la escalera de madera de su casa. Fue a la de sus padres. Miró con desconfianza el televisor que ya estaba encendido. La imagen que vio no se parecía en absoluto a la luna que él había mirado con su Margarita. El suelo lunar era opaco y un hombre descendía una escalera de una nave y clavaba sobre esa superficie áspera una bandera norteamericana. Fue el 20 de julio de 1969, el día en que un hombre pisó por primera vez la Luna y mientras el astronauta Neil Armstrong la recorría, Paulita miraba la tele pero sobre todo miraba y admiraba a su abuelo que le parecía tan pero tan grande.
Paulita vivía en un conventillo del barrio de la Boca. Su casa era de material como todas las que estaban en la planta baja, apenas separada por un largo pasillo y una escalera de madera de la casa de su abuelo, también de madera.
Sus padres tenían un televisor en blanco y negro y su abuelo Antonio sólo una vieja radio que andaba a los golpes. Pero él tenía muchas cosas más. Sabía disfrutar de un buen plato de pastas y un vaso de vino. Le gustaba preparar las ensaladas combinando los colores, silbar y cantar a la mañana temprano, ponerse su perfume favorito y su pañuelo de seda. Le apasionaba el fútbol y su equipo era Boca, el de la mitad más uno.
Cuando se acercaban las fiestas de fin de año, ya compraba pan dulce, turrones, garrapiñadas, pasas de uva, nueces y sidra. Decoraba su simple y cálida casa con guirnaldas y el arbolito y los regalos nunca faltaban aunque él era solamente un capataz de puerto ya jubilado pero era rico, muy rico. Sabía disfrutar de la vida.
Era un hombre de pocas palabras, noble, generoso y sencillo. Paula recuerda su gran mano cálida y segura acompañándola de regreso a su casa a la salida de la escuela. El fue su primer narrador. Sus relatos muchas veces inverosímiles, para ella eran verdaderos.
Una tarde bajó lentamente, con sus enormes zapatos la escalera de madera de su casa. Fue a la de sus padres. Miró con desconfianza el televisor que ya estaba encendido. La imagen que vio no se parecía en absoluto a la luna que él había mirado con su Margarita. El suelo lunar era opaco y un hombre descendía una escalera de una nave y clavaba sobre esa superficie áspera una bandera norteamericana. Fue el 20 de julio de 1969, el día en que un hombre pisó por primera vez la Luna y mientras el astronauta Neil Armstrong la recorría, Paulita miraba la tele pero sobre todo miraba y admiraba a su abuelo que le parecía tan pero tan grande.
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